Spiga

Sarna con gusto, no pica

Se reía de la vida, su mueca era extraña, reflejaba algo de locura. La corbata le apretaba, aceleraba el paso, dispuesto a terminar con ese ridículo uniforme. Había sido una decisión certera, aunque quizás un poco tarde, la mejor que había tomado en su vida.
Llegó al lugar acordado y golpeó la puerta. Una rubia sin nombre (no era que no lo tuviera, es que no le interesaba saberlo), minifalda y maquillaje excesivo. Sin preguntas la empujó sobre la cama y rápidamente se despojó de su estúpida equivocación, al igual que de su ropa. En ese mismo momento, una mujer vestida de blanco lloraba amargamente frente a un altar.


Aporte de Francoise