Ellos se querían y a pesar de todos los pronósticos, que anunciaban el Tsunami, seguían juntos.
Cuando lo conoció, la casa de él, había sufrido una tempestad. Estaba toda destruida y entre medio de los escombros, estaba él, congelado. Por este motivo, ella sacó una picota y de a poco, con cariño y dedicación, logró descongelarlo, que comiera y que sintiera el calor de su hogar. Porque, aunque estaba destruido, se podía volver a armar.
Luego vino la primavera y él despertó. Pero para volar, lejos de ella, buscando de flor en flor, como las abejas.
Siguió el verano. El fuego se encendió y casi se vuelve a quemar la casa, pero ahora no sólo estaba ella para cuidarlo, sino que eran los dos que trabajaban en la protección del hogar, por lo que el fuego se consumió, pero en ellos.
El otoño no se hizo esperar, nuevamente trajo consigo el frío, ese que quema y que hace que nazca el vaho de los cuerpos, como humo de cigarro. Ella trató por todos los medios de que no se volviera a enfriar. Sin embargo, el calor no alcanzó y de a poco empezó a entrar por las ventanas, fue tanto que no hubo nada que hacer. Los ojos de él se comenzaron a nublar, hasta que volvieron a solidificarse. Entonces, ella comprendió que por más que los picoteara para descongelarlos, ese intento podría dañarlo e incluso romper su esencia. Fue ahí, cuando tomó su maleta, sus pedacitos, le dio un beso, cerró la puerta del departamento y salió para siempre de su vida. Tomó el Metro y de ahí se escuchó el adiós.
Cuando lo conoció, la casa de él, había sufrido una tempestad. Estaba toda destruida y entre medio de los escombros, estaba él, congelado. Por este motivo, ella sacó una picota y de a poco, con cariño y dedicación, logró descongelarlo, que comiera y que sintiera el calor de su hogar. Porque, aunque estaba destruido, se podía volver a armar.
Luego vino la primavera y él despertó. Pero para volar, lejos de ella, buscando de flor en flor, como las abejas.
Siguió el verano. El fuego se encendió y casi se vuelve a quemar la casa, pero ahora no sólo estaba ella para cuidarlo, sino que eran los dos que trabajaban en la protección del hogar, por lo que el fuego se consumió, pero en ellos.
El otoño no se hizo esperar, nuevamente trajo consigo el frío, ese que quema y que hace que nazca el vaho de los cuerpos, como humo de cigarro. Ella trató por todos los medios de que no se volviera a enfriar. Sin embargo, el calor no alcanzó y de a poco empezó a entrar por las ventanas, fue tanto que no hubo nada que hacer. Los ojos de él se comenzaron a nublar, hasta que volvieron a solidificarse. Entonces, ella comprendió que por más que los picoteara para descongelarlos, ese intento podría dañarlo e incluso romper su esencia. Fue ahí, cuando tomó su maleta, sus pedacitos, le dio un beso, cerró la puerta del departamento y salió para siempre de su vida. Tomó el Metro y de ahí se escuchó el adiós.
4 comentarios:
8 de noviembre de 2007, 8:31
OHHH que bello que escribes, en serio muy profundo y real, me llego demasiado mas encima que entiendo a que apunta la historia por lo que mas me emociona.... Ojala y en la vida real nunca dejes de picotear ese hielo para que encuentres el tesoro que esta escondido.. muy escondido pero esta jejeje.
8 de noviembre de 2007, 14:48
A pesar de todoy de lo triste del relato que lindo es amar, solo lo entiende el que lo vive....
10 de noviembre de 2007, 21:09
que bella historia , aunque tragica como muchas aqui.
muchas veces es mejor dar un pie atrás antes de que algo salga peor, aunque duele suele ser mas sano
8 de enero de 2008, 18:30
Excelente relato. Me gusta lo simbólico de las estaciones y el paso del tiempo, que, figuradamente, hace cambiar los sentimientos de ella hacia él. Hay dos historias, la literal y la metáfora de un desencuentro amoroso.
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