Spiga

Ciegas que ven

Desde que entró a la sala de clases nos dimos cuenta que era muy diferente a nosotras, con historias alejadas a nuestra ingenuidad vivida hasta esos días, los compañeros se volteaban para mirarla en los recreos y en un par de semanas fue conociendo las mejores virilidades del colegio, nada relevante para nosotras que seguíamos jugando y sumergidas en una burbuja que no quería reventar.
A pesar de todas las diferencias nos fuimos conociendo y compartiendo experiencias, logramos ver que tras sus ojos de mujer forzada, había energías infantiles que deseaban escapar y enredarse con las nuestras. También vimos que bajo ese cuerpo de modelo se escondían miedos y expectativas de muchos, pero todo ocurría en una realidad paralela, escondida, con lenguajes subliminales que todas comprendíamos, pero sin hacer nada, no sé si por cobardía o ceguera. Avanzaban los meses de aquel año y salíamos cada vez más con aquella persona, divirtiéndonos y colocando entre paréntesis las historias y realidades aprendidas de ella.
Aquella noche todo era igual que muchas otras, nos preparábamos para una rutinaria salida de curso, sentadas en un balcón a orillas del estadio nacional, escuchando el fervor de barras endemoniadas y anheladas por triunfar, conversábamos de la vida y de lo fuerte que quedaron los copetes, repentinamente un inexplicable y sospechoso dolor de cabeza invade a esta señorita, quien saca extrañas píldoras de su bolsillo para mejorarse. A los pocos minutos su rostro fue cambiando su expresión, transformándose en mezclas de alegría, paranoia y delirio, nosotras mudas como siempre, de pronto en una catarsis de euforia, su cuerpo se aleja de nuestra vista, escurriéndose entre la gente salta a una camioneta llena de hinchas que celebraban un mediocre empate. Ese fue el último día que la vimos cerca de nosotras y con deseos de vivir.
Al pasar los días, ella no regresaba al colegio, la buscamos por sus barrios, preguntamos a todos sus cercanos y nadie sabía nada, pero la encontramos, estaba tras una puerta de acero y ventanas con barrotes, con agujas por todos sus brazos y rostro pálido, con un papel a los pies de su cama repleta de indicaciones y prohibiciones de estar sola. A su corta edad tenía marcadas heridas e historias que jamás quisimos ver, una ceguera que cargamos culposas hasta el día de hoy.
Sin explicación lógica, nos seguimos encontrando con ella en forma casual, reviviendo aquellas culpas que han perdurado por años, temas tabúes que jamás fueron hablados, definitivamente nada ocurre por azar.

Aporte de Psicologa Nocturna



1 comentarios:

Rurouni

17 de enero de 2008, 15:00

Me gusto el cuento sin ser explicito y dejar mucho a la imaginacion,nos habla de realidades ocultas en una sala de clases o en la amistad que se puede llegar a tener,pasando por la ingenuidad de las personas al no darse cuenta de los hechos por muy cerca que estos ocurran de ellos.

Gracias por el aporte,esperamos mas aportes !!
Saludos !