Spiga

Ensoñación.

Por fin llegaba la feria al pueblo. Lo único que quería era ver gente nueva, diferente, estaba aburrida de las mismas personas de siempre; el pueblo chico, las “copuchas” que corrían a una velocidad que le hacían competencia a la luz, el polvo distribuido hasta en el agua que corre en las acequias. En fin, un pueblo donde el sol pegaba muy fuerte, pero el viento no se hacía sentir.

Cuando llegó la feria, el pueblo se convulsionó, salió la gente a las calles a celebrar tales alegorías. Fue un momento muy emocionante, ver los juegos pasar, tan grandes, así como los edificios que nunca tendríamos, los actores vestidos con brillantes, la música resonante y los animales enjaulados, que dejaban ver su fiereza a través de las rejas.

La feria empezó el lunes, me arreglé con mi vestido del domingo, fui al río y me llené de los manjares que éste me ofrecía, entre ellos mi pelo siempre brillante y ese rico perfume a fresco.

Salí a eso de las nueve de mi casa, la verdad es que así como estaba de entusiasmada me hubiese gustado que fuera sólo yo la que visitaba la feria, pero una vez más tendría que aceptar el compartir con toda esa gente que me repelía.

Llegué a mi ansiado destino, todo brillaba, la gente sonreía, el ambiente estaba cándido y lleno de alegría, nada hacía presagiar lo que se vendría encima. Estuve toda la tarde viendo como actuaba el teatro callejero, los malabaristas y el hombre bala; Hasta que de pronto vi que el payaso tomó a unos niños y los lanzó al escenario, como si fueran corderos a punto de ser comidos, no podía entender qué sucedía. Enseguida empezaron a tomar presa a toda la gente que antes había dicho que me molestaba, no lo podía creer; los payasos, actores y malabaristas se convirtieron en policías, que con sus instrumentos de trabajo ahuyentaban a todo aquel que me cayera mal, yo trataba de exigir explicaciones, pero nadie me hacia caso. Vi las torturas, la sangre y el olor a muerte impreso en mi ropa, el frío de aquellos cadáveres en mi piel. No podía entender lo que sucedía, toda esa gente que convivió toda una vida conmigo, ahora era muerta, torturada y apresada como animales, la sangre corría y todo quedaba con humores fríos.

Pasé la noche viendo el desastre, no sé lo que sentía, si temor, pena por los muertos o una especie de alegría al ver que ya no me molestarían y sobre todo que yo no era una de las elegidas. Me senté en un banco, minutos después se acercó el payaso y me dijo: “está todo listo Hitler, ya empezamos con la depuración”

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